Crónicas
El hombre que iba a ser descubierto
El hombre que iba a ser descubierto
era un tipo vital, entusiasta,
de talla mediana y estatura también
(no tocaba los pájaros por debajo
ni se hundía por debajo demasiado)
era un hombre perplejo
siempre sereno y sonriente
(casi casi se diría suficiente)
robusto, muy delgado,
de estirpe salvaje pero temple polar,
aunque acechado apenas por un asta de toro por un lado
y un colmillo de sirena por el otro.
El hombre que iba a ser descubierto
igual mantenía más que intacta la confianza,
el brazo en alto y su sombrero alón lejos del sol y su cabeza
era un hombre tenaz, puntual, jovial
encarnizado y valiente
no le gustaron nunca las noticias de abril
ni los versos de octubre,
y entre una esposa y la otra,
el hombre que iba ser descubierto,
no le tenía miedo a nada a no ser a sus dos entierros:
el uno a ras de la noche,
el otro bajo la mesa.
Pero el hombre que iba a ser descubierto
-esto sí hay que decirlo-
era un tipo muy discutido
polémico aunque elegante,
de andar por todas partes contento
(incluso por donde andaba triste)
de saludar tanto le daba a la luna como a las sombras
al mármol, al otoño, al ayer y a los otros,
y aunque era un tipo muy amable
(eso también hay que decirlo)
jamás olvidaba una cara,
un nombre,
un perfume ni su color…
Y cuando alguien le ofendía con recuerdos impropios de un hombre que iba a ser descubierto,
El hombre que iba a ser descubierto
sin trepidar
respondía como un rayo:
el trueno lo precedía,
la lluvia se lo llevaba…
Y es que el hombre que iba ser descubierto
-digámoslo de una vez-
resulta que al final no fue descubierto nunca
la soledad se lo tragó de vuelta
murió tarde y sin esperarlo
con su invicta sonrisa siempre falsa
sincero pero desinformado
sin saber jamás que allá,
más allá,
detrás de la esperanza,
del sueño
y de los otros
no hay más que lo de siempre:
versos de octubre
noticias de abril
un entierro tras otro
y la noche bajo la mesa.
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