Los controles de alcoholemia, la prohibición de fumar en lugares cerrados, las infinitas dietas, muy posiblemente nos alarguen la vida, aunque no resuelven para qué. Mientras tanto, eso sí, languidece el alma de la ciudad.
Salud y horror
CUANDO LOS SANOS
VIENEN MARCHANDO
Había una vez, sobre la orilla occidental del Río de la Plata , una hermosa ciudad llamada Buenos Aires. Era ésta una ciudad enorme, interminable, donde cabían todos los hombres de buena voluntad –y no- del mundo.
Una ciudad llena de bares que se llenaban de amigos, mujeres y poetas que bebían y fumaban entre versos y besos en una bohemia melancólica pero bullanguera que al cabo convirtió aquella ciudad en una de las más bellas, pero también de las más vivas y divertidas y apasionantes del mundo.
Pero esa ciudad ya no existe más.
Un día de furia en los inicios del siglo XXI, un grupo de seres enloquecidos decidieron que no querían morirse nunca, y le prohibieron fumar a todos los demás. Y los bares y los cafés se vaciaron de amigos y de poetas, de versos y de besos, y así aquella ciudad dejó de ser.
Los bares sobrevivieron, sí, pero ahora huelen igual que las iglesias, y adentro el vacío teje su tela de araña entre los mozos y las mesas y los pocos saludables parroquianos que se sientan a respirar, con un agüita mineral, el caloricto que un día nos quitaron.
La ñata contra el vidrio, nosotros los miramos desde afuera, en un azul de frío, sentaditos, trémulos en las veredas, tiritando, condenados al invierno con la tos que tenemos… y ya fumar no es un placer, qué va, ni siquiera un vicio, es una culpa, una falta, una vergüenza, una pena que así tenemos que pagar: como perros arrojados a la calle…
¿Por qué no van a una gomería si quieren tomar aire?...
Muchos de los que leen este lamento de mucosidades, seguramente no son fumadores, y celebran nuestro destierro… Pero déjennos deciros entonces aquellas palabras con las que suelen aturdirnos habitualmente -y que ya no sabemos bien a quién pertenecen porque siempre le encajan un autor distinto-, pero que nos vienen aquí como faso al fósforo: “Primero vinieron por los negros, pero como yo no era negro…” (ya reconocen el fragmento, tampoco recordamos con exactitud si empieza con los negros, porque también cualquiera lo dice como quiere).
Pero diga como se diga, así es...
Porque ahora vinieron por nosotros, los fumadores, pero ¿y mañana?...
¿Qué pasará con los que gustemos además de los dulces cuando los diabéticos también se organicen y comiencen a llevar a los tribunales a los fabricantes de helados, chocolates y golosinas, eh?...
¿Cómo será cuando todos tengamos que tomar el café con pastillitas y las tortas y los postres vengan de soja, mijo y paja, eh?...
¿Y cuando avance la liga de lucha contra el colesterol y nos quiten además todas las grasas y tengamos que tragar sanguches de lechuga en pan de centeno aderezados con dentífrico, eh?...
¿Y cuando lleguen los que gritan contra el ruido y reclamen por su más absoluto silencio?...
¿Y cuando avancen, por fin, los de Green peace, y en defensa del planeta que se nos seca nos prohíban cualquier otra bebida para así reducirnos a nuestra sed màs elemental?... ¿Qué pasará entonces?... ¿Nos juntaremos con los amigos a beber agua sin hablar mientras picamos como salame y queso un nabo y su rabanito?... ¿Còmo seràn entonces nuestros versos?... ¿Habrá besos, aún?...¿poetas?...
Cuidado, argentinos.
Todos.
Estos seres que se piensan que nunca van a morirse y que la calidad de vida depende de cómo y cuánto les dura el mameluco, avanzan enceguecidos y vienen a por todos nosotros, uno a uno… Cuidado.
Dejamos la advertencia, pero nos despedimos con esta humilde paráfrasis de aquellas palabras tan célebres y gastadas, que optamos mejor por una remake:
Un día vinieron por los que comían dulce de leche… pero como yo había parado, no me importó.
Después vinieron por los que le daban al blanco, pero como yo tomo tinto…seguì chupando.
Más tarde vinieron por los que prefieren la milanesa a la napolitana, pero como yo la prefiero en sanguche, le eché más mostaza y viva la pepa …
Hasta que un día vinieron por los que la preferimos en sanguche.
Pero ya era tarde.
Ya era de soja.
De la piel para adentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país.
ResponderEliminarAntonio Escohotado
saludos compañero
elhijodelapatota.blogspot.com
Ahora entiendo todo... Me pasa como cuando leo algo y digo: "Que hdp!! Si es lo que siempre quise decir y nunca tuve palabras!". Es verdad... La culpa de fumarse un cigarro en el balcón mirando como la ciudad se pone triste al caer la noche. Porq ahora se pone triste; la nostalgia no sonaba a hueco.
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