Si alguna vez los argentinos consiguiésemos el nirvana tangible de una divisa estable, esa nueva moneda debería llevar impresa, en sus dos caras sin ceca, las imágenes yuxtapuestas de Borges y Perón; como el yin y el yang de una Argentina sola, que en su doble anverso, grabara así la riqueza de nuestras más hondas contradicciones, unidas entonces por las solas banderas de la gracia de la inteligencia, la agudeza de la sensibilidad, y la sabiduría siempre que revela el humor. Por ello aquí El Martillo, en un gesto estético histórico -pero histórico por estético-, reúne, funde, en un mismo marco, en idéntico formato, a este dueto imposible, y sin embargo… Esperamos que así como los peronistas disfrutan de Los chistes de Borges, así la otra Argentina disfrute de Los chistes de Perón, quien supo tener, indiscutido, el sentido de la risa que es propio de los grandes. Y que nos hace mejores.
En Puerta de Hierro, Madrid, donde pasó la mayor parte de su destierro, Perón, tenía de vecina a la actriz norteamericana Ava Gardner, quien también lo admiraba, y con la que mantenía una relación cordial hecha de encuentros casuales en sus paseos por el barrio.
Cierta vez, recuerda Pavón Pereyra, Perón y la Gardner se cruzan por la calle, se saludan y charlan, y ella, visiblemente abatida por una noche agitada, se confiesa y se disculpa por no sacarse sus lentes oscuros. Perón le comenta:
-- Lo único malo del pecado, es que deja huellas…
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