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lunes, 29 de noviembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: De profesión cínico.


El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si podrido, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 
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Hoy: De profesión cínico




Raymond Chandler decía que los periodistas se vuelven cínicos porque manejan más información de la que pueden dar a conocer. Quizás. La frase siempre me recuerda este episodio.
Eran los inicios de 1984, volvía la democracia, y trémula se instalaba. Yo todavía era muy joven, pero ya era redactor especial, no cronista, y ahora hacía política, no cualquier cosa.
Una mañana demasiado temprano me tocó entrevistar al entonces diputado Alvaro Alsogaray en su despacho del bloque en el mismísimo Congreso. Llegué tarde, y el ingeniero entonces, gauchito siempre, me hizo esperar más de una hora juntando orina en su antesala. .
Y junté tanta, que en un momento precisé ir al baño.
Le pregunté a la secretaria del diputado dónde podía encontrar uno, y la secretaria, más gauchita que su diputado, me ofreció la llave del baño que compartían ellos con ya no recuerdo qué otro bloque.
El caso es que allí ya, de pie mientras me alivio, advierto, en el lugar donde debería estar enrollado el papel higiénico, una serie de hojitas impresas en papel de diario y tinta negra. Qué miserables, recuerdo que pensé creyendo que eran pedazos de papel de diario… pero no, era otra cosa y quise ver qué. Quise saber, al fin y al cabo, con qué se limpiaban el culo los honorables representantes de nosotros el pueblo. Tomé una hojita, y salté al vacío.
Allí la sorpresa, la desazón, el espanto, mi joven corazón democrático que estalla y se astilla para siempre jamás… Lo digo sin énfasis, ya sin emoción: eran hojitas arrancadas de esas ediciones baratas de la Constitución Nacional Argentina; de esas que hace la propia imprenta del Congreso para distribuir gratis, para regalarle a las escuelas que lo visitan, o… o bueno, para que se limpien el culo los diputados.
Sacudí ya sacudido, y salí de ese baño como habría vuelto Moisés de la montaña si hubiese advertido que Dios era un alcohólico 
Alsogaray por fin me atendió, pero no me acuerdo de qué hablamos. Yo nada más prendí el grabador, le tiré un par de preguntas, y asentí su monólogo ausente aunque sonriente… Pensaba cuánto de mi juventud se había ido recién por aquel inodoro   legislativo…
Y es que ya lo decía Jack London: “no es bueno asomarse detrás del escenario y descubrir que el tenor de voz de ángel, azota a su esposa”… No, no es bueno… le perdés el gusto al teatro, te burlás de los actores, no te conmueven los dramas…
Te volvés un cínico, bah.
Otra vez Chandler tenía razón.



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