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domingo, 21 de noviembre de 2010

MEMORIAS DE UN MERCENARIO: HOY: "Nada personal", con la participación estelar de Carlos Andrés Calvo...



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 
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Hoy: Nada personal



Y me voy de un solo salto al final de mi carrera, cuando yo ya era un veterano con más cicatrices que medallas, y de pronto me toca dirigir mi propio regimiento. Una semanrio nuevo, de género menor, farándula y tevé. Una redacción de bajo presupuesto, un puñado de novatos, un  contramaestre de oficio, y yo, que por entonces volvía vencido al periodismo industrial, después de mi primer intento de abandonarlo para siempre.
Eran los inicios de los 90, la revista se llamaba Tele Clic. La editorial Atlántida la había ideado para apoyar su nuevo portaviones: el canal abierto Telefé. No esperaban vender, de esa revista. más de 10 mil ejemplares. Llegamos a los cien mil, que era lo que entonces vendían Gente y Noticias, las primeras en venta en todo el país.
Fue sencillo. Eran los días cuando agonizaba Radiolandia 2000, con cinco mil ejemplares y en baja, y tal era toda la competencia que teníamos en el rubro. Probé apenas mudar mudé el enfoque histórico del género, y en vez de practicar el consabido periodismo de exaltación y adulación a la tele y sus estrellas, opté por imprimirle una estética maldita, y el público, siempre sediento de sangre, pagó muy bien por ello.
Aquí la historia.
Por supuesto se suponía que no podía tocar a las estrellas de Telefé… pero se suponía que ellas tampoco podían tocarme a mí.
Y pasó lo siguiente.
Era verano. El actor Carlos Andrés Calvo hacía Amigos son los amigos por Telef.e, y estaba por entonces en su hora de gloria. Sofocado por el éxito, se había escondido y no daba notas.
Divo del rating, sex-symbol del momento, epicentro y usina de los chismes más valiosos del ambiente, por aquellos días se le endilgaba otro nuevo romance con su consiguiente separación previa del anterior; se decía también que tenía problemas impositivos, que se ocultaba porque estaba demasiado gordo; las peores lenguas rumoreaban incluso que usaba demasiada cocaína, y un diario brutal y menor de Montevideo (cuyo nombre no puedo recordar), llegó al extremo de sugerir que Calvo, acaso, estaba con sida. Harto de todo, claro, el superstar se recluyó en una quinta de don Torcuato, y no daba notas.
Por supuesto entonces,  Don Constancio Vigil, dueño de Atlántida, de  Telefe, de Tele Clic, y por carácter transitivo, de mí, lo quería de pronto en reportaje exclusivo para la tapa. 
Saludo uno, con generosidad y valor, le confié la crucial misión al principiante que a diario recorría anónimo los pasillos de Telefé recogiendo chivos, rumores y nada.
Conciente de la oportunidad, el novato me aseguró que ya tenía el sí de Calvo, y que lo haría en cualquier momento.
Pero los días pasaron, y una mañana Calvo, en reportaje exclusivo, aparecía en la tapa de Radiolandia 2000, nuestra moribunda competencia que así nos humillaba.
Sólo que nadie se burla de un mercenario ya todo roto, y mucho menos cuando éste justamente un regimiento propio a mano, y detrás un ejército que tampoco gusta ser vencido. No señor.
Tomé el toro por las astas con mis propias manos, y le pedí a la superioridad completa libertad de acción. Constancio me la concedió.
Convoqué lo que se llama en el oficio un “fotógrafo de asalto”, le adosé un joven cronista automático, y les expliqué exactamente lo que necesitaba.
-- No quiero una nota con Calvo, no lo molesten, que ni se de cuenta que están ahí. Lo que quiero es una foto suya en su quinta, pero no una buena foto, quiero una foto fuera de foco, de lejos, que se vean en primer plano los pastos donde se encondieron…
Trabajo fácil para  Daniel Muñoz (aquí te saludo, tocayo), el tiempo que duró el viaje en auto hasta don Torcuato fue lo que tardamos en tener nuestra foto, allí estaba Clavo tal y como yo lo quería: en malla, panzón, de lejos, fuera de foco, medio difuso entre las hierbas que obstruyen la lente… El titulo de la portada, ya lo tenía listo:: ¿Por qué se esconde Calvo? ¿Esta deprimido? ¿Demasiado gordo? ¿Lo persigue la DGI? ¿Tiene Sida?... Adentro la nota negaba todo, pero esa tapa en los kioscos funcionó como dinamita.
Por supuesto Calvo puso el grito en el cielo, y tuvieron que intervenir el gerente de Telefe y hasta Constancio Vigil para mediar entre nosotros y lograr la paz.
Todo terminó en un asado a solas en esa quinta de Torcuato. Allí Calvo me contó que la fama era una mierda, y yo le conté que el periodismo también.
Pero como diría Michael Corleone: “nada personal: negocios”.


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